Se viven nuevos tiempos, por lo que las cualidades requeridas para ejercer un liderazgo efectivo han evolucionado. Evidentemente, hay mucho de talento en un buen líder, pero también existen competencias que se pueden trabajar, y desarrollar, para optimizar su desempeño.
No hay que perder de vista cuál es el principal objetivo operativo de un buen lider: lograr que su equipo trabaje de manera efectiva, tanto individual como grupalmente. Es decir, alcanzar conjuntamente las metas que de otro modo resultarían imposibles.
Ahora bien, ¿qué cualidades necesita el líder del siglo XXI?
Un auténtico líder nunca pierde de vista que trabaja con personas. Se desenvuelve mediante relaciones humanas y depende de la evolución personal.
Actúa por y para las personas, con el propósito final de optimizar el equipo, por supuesto, pero a través de la mejora individual y progresiva de cada uno de sus integrantes.
La comunicacion es para un lider como la respiración para un ser vivo. Dado que comunicar es poner lo propio en común, el punto de partida es tener esas ideas propias, claras y precisas, bien definidas y sustentadas en valores profundos, contagiosos y estimulantes para sus destinatarios.
Un auténtico líder conoce el presente, y valora el pasado, para proyectarse hacia el futuro. Por eso diseña planes a medio y largo plazo, estrategias que permiten alcanzarlos y tácticas para avanzar en el camino correcto.
Es, al mismo tiempo, realista e imaginativo. Un ser humano optimista en su más pura expresión: un buscador de óptimos.
Todo cambia en estos días, excepto el cambio, que se mantiene constante. Hay más información que nunca, pero al mismo tiempo la inmediatez esclaviza. Todo es para ya y las decisiones deben ser tomadas al instante, a menudo sin tiempo para la reflexión.
El líder debe tener talento para acertar en tiempos de crisis, por instinto u olfato, y la capacidad de no angustiarse ante la responsabilidad que supone esa interminable sucesión de decisiones inciertas.
Comunicar desde el liderazgo es fundamental, pero no solo las palabras cumplen este propósito. El líder es mucho más valioso por lo que hace que por lo que dice, porque su día a día se convierte en un referente incuestionable para sus seguidores.
Las personas que lideran deben ser un ejemplo permanente, inspirador y positivo para sus subordinados. No basta con pronunciar bellas palabras y estimulantes discursos; toda su presencia, su actitud, sus comportamientos y sus rutinas deben reflejar lo que reclaman a cada miembro de su equipo.
Hace unas décadas, los jefes marcaban diferencias con sus empleados, a veces se mostraban paternalistas y siempre independientes. Presumían de sus éxitos, se jactaban, actuaban con distancia y evidenciaban con frecuencia una prepotencia y una soberbia que dinamitaba la evolución de sus equipos.
En esta época, el líder permite que otros se lleven el mérito, es humilde, se pone al servicio del bien común y sabe reconocer, en público y en privado, la aportación capital de los suyos. De este modo, cohesiona mucho más al grupo, lo refuerza, potencia su liderazgo y genera vínculos emocionales más productivos y satisfactorios.
En momentos de transparencia y multicomunicación, solo las personas íntegras pueden ejercer el poder con éxito durante largo tiempo. La época de la corrupción institucionalizada forma parte del pasado, aquellos gerifaltes turbios ya no tienen cabida en esta época. Solo conductas y pensamientos rectos, intachables y acompañados de buenos sentimientos hacen de un jefe un gran líder.
Sin duda, la renovación del liderazgo que se vive dibuja un panorama mucho más estimulante y humano, que debe propiciar una mejora organizacional e individual definitiva.