6.200 millones de euros. Esa es la cantidad que pierde España en ventas directas por culpa de la piratería y las falsificaciones de productos originales. Un baremo que representa el 9,3% de todas las ventas directas que se realizan en el país y que refleja el enorme impacto que tiene en la economía el desarrollo de esta práctica fraudulenta. En España la piratería, además, afecta negativamente a más de 40.000 puestos de trabajo.
Las cifras europeas y mundiales no desentonan con la realidad española. Según un estudio realizado por la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea (EUIPO), las falsificaciones impactan en 60.000 millones de euros en pérdidas para 13 sectores claves de la economía europea, lo que supone un 7,5% sobre las ventas en las industrias más vulnerables. La EUIPO calcula que las pérdidas acumuladas equivaldrían a 116 euros por ciudadano europeo al año (en España la cantidad perdida es de 133 por cada español). La repercusión en el empleo europeo no es baladí: se calcula que la piratería ha impedido la creación de 435.000 puesto de trabajo en el último lustro. Tampoco el impacto en las arcas gubernamentales es pequeño: los estados que conforman la UE pierden cerca de 15.000 millones de euros en impuestos y cotizaciones sociales.
Esta foto pirata la completa el peso en las importaciones que tienen estos productos fraudulentos: hasta 121.000 millones de euros mueve la falsificación. Una cifra, astronómica, que supone el 6,8 % del total de las importaciones de la UE. Hace dos años, en el anterior informe de la EUIPO, el porcentaje se situaba en un 5%.
El panorama mundial no es mucho mejor. En su último informe, publicado el pasado año y que recoge datos de 2016, la EUIPO calcula que el valor de los productos falsificados y pirateados en todo el mundo alcanza los 460.000 millones de euros, lo que ya supone un 3,3% de todo lo que se comercializa a nivel mundial. Un porcentaje, que lejos de disminuir, no ha hecho sino incrementarse. En el anterior informe, que sumaba cifras hasta 2013, el baremo se situaba en un 2,5 %.
Se da la paradoja de que este ascenso se ha producido en un momento en que el comercio a nivel mundial ha ralentizado su crecimiento, lo que refrenda el hecho de que, lejos de descender, las prácticas de la falsificación y la piratería siguen creciendo. Los motivos que alientan su crecimiento son diversos. La globalización, tan favorecedora de otros aspectos, permite una mayor libertad en el comercio de mercancías que proceden de zonas con regulaciones más laxas que las que rigen la política en los países occidentales. Junto a ello, el poder de Internet y, por ende, del comercio electrónico, no ha ido acompañado de una regulación acorde a su expansión; lo que ha propiciado que los productos falsificados hayan encontrado un paraíso para su comercialización. Por último, el precio sigue siendo un elemento que pesa, y mucho, en los factores de compra de los consumidores. Y estos productos lo esgrimen como su argumento preferente.
Hay que dejar de creer que la piratería tiene una personalidad menos criminal de la que exhiben otros delitos. Exhibe el mismo efecto devastador. Las bandas dedicadas a este tipo de fraudes suelen “diversificar su “negocio”, completándolo con actividades relacionadas con el fraude fiscal, el blanqueo de capitales, la trata de personas o la financiación del terrorismo. Se trata, por tanto, de un gravísimo delito que tiene víctimas y que está manejado por auténticas mafias. Su lacra, por tanto, no solo afecta a las marcas, que ven menoscabados ingresos, beneficios e imagen; también impacta directamente en la red de comercios que apuestan por la legalidad y que deben hacer frente a una competencia desleal.
Los Estados también pierden y los clientes, por último, ven recortados sus derechos: adquirir una falsificación destruye la calidad y empeora la experiencia de compra. No solo es su efecto negativo sobre la economía. Los procesos de fabricación que tiene un producto falsificado no respetan, en modo alguno, ni las leyes que marcan una correcta política medioambiental ni las condiciones laborales de los trabajadores. Y, por último, desalientan la innovación de las marcas. Las ideas y la originalidad suponen una enorme inversión que la copia fusila sin gastar un euro.
Fuente: HP